De amantes a distantes
«El amor nunca tiene una muerte natural”
Entre personas que se han amado y hasta concebido su relación en eterna compatibilidad, la fe en la relación tiende a minimizar los conflictos maximizando la armonía, especialmente en los primeros momentos o años de la relación. Las diferencias, que se convierten en disputas más serias generalmente comienzan con suavidad y despreocupación por tomarse tiempo para identificarlas y entenderlas. Explorar las diferencias individuales siempre es la mejor manera de alcanzar equilibrio en la compatibilidad y mantener su capacidad de regeneración.
Cuando amamos operamos con generosidad y un deseo primordial de hacer feliz a la otra persona. Con el paso del tiempo no es inhabitual, sino más bien todo lo contrario, que nos encontremos que estamos pensando más en nosotros mismos que en la otra persona. Si nuestros intereses, necesidades y crisis las asociamos a la frustración de expectativas depositadas en nuestra pareja, el conflicto es ineludible y el agotamiento de recursos para resolverlos inevitable.
No obstante, si somos conscientes de las diferencias que existen en la relación cuando aún estamos en esa fase de sentirnos completamente comprometidos con la relación, evitar confrontaciones será más sencillo, y, cuando no, si la pareja busca asesoramiento sobre sus problemas, las intervenciones terapéuticas serán más útiles, especialmente en cuanto a adquirir mejores habilidades de negociación para no lastimarse mutuamente.
El momento que les acabo de comentar es crucial. A medida que las diferencias se convierten en escaramuzas y disputas frecuentes, la pareja se vuelve menos interesada en descubrir formas innovadoras de transformar positivamente la relación y se centran más en lo que está mal con el socio/a. La desconfianza pasa del acecho al hecho. Con terapia aún existen posibilidades de cambios sobre el miedo, el dolor o la decepción instalada en la relación, al menos en algunos casos en los que existe voluntad sincera de escuchar.
Créanme lo triste que es tener delante dos personas que se amaron y en ese momento parecen casi alérgicos el uno al otro. Una expresión, un sonido particular, un cambio de postura ya es suficiente para que se produzca un conflicto entre ellos. Curiosamente es la etapa en que la mayoría de las parejas acude a terapia. Una etapa de trauma perturbador, de trayectoria de divorcio. Alguna esperanza queda si existen aún puntos de conexión y verdadera motivación para resolver cosas. Es un momento frágil, donde la intervención terapéutica servirá, sobre todo, para evitar la persecución sin compasión ni cuidado, la voluntad de lastimarse y las acciones indiferentemente destructivas.